Bajo los cielos ecuatorianos planean y cazan algunas de las aves rapaces más espectaculares del planeta

 

Por Lou Jost, Autor de Common Birds of Amazonian Ecuador

 

Introducción

Algunas de las aves de presa más magníficas del mundo vuelan bajo el cielo ecuatoriano en busca de su alimento. Para mí, la más impresionante de todas es el “jaguar de los aires”, la más poderosa del mundo: el águila harpía. Se alimenta de monos y perezosos que caza entre los árboles con sus garras que llegan a alcanzar el tamaño de una mano humana y con patas tan gruesas como una muñeca nuestra. Puede pesar hasta veinte libras, y tiene amplias y poderosas alas que le permiten alzar en el aire presas adultas vivas tan grandes como monos aulladores. No en balde los monos pequeños se lanzan a tierra desde las ramas más altas cuando las ven volando cerca. Esta es la única ave que tal vez podría atreverse a matar un infante humano; existe un reporte en Costa Rica de una que estuvo muy cerca de lograrlo.

 

El águila harpía

El águila harpía es un indicador de vida en las selvas más remotas y salvajes que hay desde México hasta Bolivia. Un bosque donde aun habiten estas águilas, puede considerarse como un lugar especial en el que también aun existen muchos otros de sus habitantes exóticos como guacamayos, cracinos, pecaríes, felinos, etc. Un paseo por estos bosques siempre será muy excitante y estará animado por la posibilidad de la aparición de una harpía en cualquier momento. Pero aun en un hábitat como este, las harpías no se dejan ver con suficiente frecuencia como para convertirse en una presencia ordinaria o familiar. Siempre mantienen su halo de misterio.

Gavilán Pollero –
Pintado por Lou Jost

El águila harpía es un indicador de vida en las selvas más remotas y salvajes que hay desde México hasta Bolivia. Un bosque donde aun habiten estas águilas, puede considerarse como un lugar especial en el que también aun existen muchos otros de sus habitantes exóticos como guacamayos, cracinos, pecaríes, felinos, etc. Un paseo por estos bosques siempre será muy excitante y estará animado por la posibilidad de la aparición de una harpía en cualquier momento. Pero aun en un hábitat como este, las harpías no se dejan ver con suficiente frecuencia como para convertirse en una presencia ordinaria o familiar. Siempre mantienen su halo de misterio.

Estas aves no coexisten con los seres humanos. Los colonos de la selva las han matado para proteger a sus animales domésticos y muestran sus patas como trofeo. Ni siquiera en las áreas más remotas hay muchos ejemplares de esta especie. Su densidad poblacional podría expresarse en un nido cada quince millas. Una pareja sólo produce una cría cada dos años. Con tan baja densidad y tan bajo índice de reproductivo hasta la más mínima eliminación de alguno o varios de sus ejemplares podría ser considerada una gran devastación para la especie.

Tanto la caza como la destrucción de hábitats han diezmado grandemente a esta especie. En México, -donde pude ver una de cuarenta años de edad en cautiverio, por cierto la más grande que haya visto jamás-, dudo que actualmente exista alguna aun silvestre. En Costa Rica sobrevive un pequeño número en el Parque Nacional Corcovado, otra pequeña población en el Parque de la Amistad, y quizá en otras áreas muy remotas del país, pero ciertamente en toda el área de Centroamérica se encuentra en grave peligro de extinción. Actualmente Sudamérica es su reducto de fuerza, pero aun aquí sigue desapareciendo en la medida que desapareen los bosques vírgenes.

En Ecuador, al menos, algunos visitantes tienen la posibilidad de observarla en su ambiente natural. Los mejores lugares para encontrarla están en las áreas más remotas del Oriente. Se le ha visto en La Selva lodge, Sacha lodge, en la Estación de Biodiversidad Tiputiniy, y ocasionalmente aguas abajo del río Cononaco, así como en otros lugares profundos de la selva. Pero normalmente sólo los “pajareros” afortunados y experimentados logran verle de pasada a la harpía, pues esta águila rara vez planea; más bien caza con sigilo, posándose inmóvil entre el denso follaje o moviéndose en cortos vuelos entre una copa y otra. A pesar de su gran tamaño, se necesita un ojo experto para encontrarla. Por ello recomendamos ir con un guía local, lo cual ciertamente incrementará sus posibilidades. Las orillas de ríos y lagos son buenos puntos donde observarlas y aun mejores las torres de canopy.  No muestran temor de los humanos en las torres. De hecho, en una ocasión, un águila a la que estaba observando, mostró curiosidad hacia mí y mi grupo y se movía de un árbol a otro a nuestro alrededor como si nos estudiara. Recuerdo como volaba cortando el aire majestuosamente como una nave de guerra; provocaba una especie de ilusión de cámara lenta creada por su enorme tamaño. También recuerdo claramente su enorme pico negro.

Las oportunidades de observar un águila harpía se pueden incrementar si usted presta atención al bosque que le rodea pues este reacciona a la presencia del águila. A menudo se escuchan las llamadas frenéticas de los tucanes pechiblancos y de pico acanalado indicando la presencia del águila. También se debe prestar atención al comportamiento de los monos. Una tropa de monos ardillas saltando al unísono de rama en rama, silenciosamente, casi siempre indica la presencia de un águila harpía. También puede escuchar el llamado del águila que consiste en un extenso grupo de silbidos muy similares a los que realiza el águila crestuda real. Pero lo ideal sería ir hasta donde exista un nido activo, (ocasionalmente los indígenas de la región conocen donde puede haber uno). Usualmente se localizan en las copas de las ceibas. Si visita un nido, sea respetuoso y sensible, no se aproxime demasiado, no haga ruidos, y sobre todo deje claro a sus guías que usted sólo desea ver a estas aves tal cual están en su hábitat silvestre, nunca en cautiverio.

 

El águila crestada

Águila poma –
Pintada por Lou Jost

Cuando finalmente logre encontrar a su águila harpía, obsérvela cuidadosamente pues existe otra ave rapaz en la selva que se le parece mucho, el águila crestada. Ambas son difíciles de distinguir entre sí. La crestada es un águila más pequeña, pero ni tanto, pues una hembra grande es apenas más chica que un macho pequeño de harpía. Sus hábitats también son similares, aunque la crestada suele planear más que la harpía y tiene predilección por las serpientes grandes. Sus plumajes también se diferencian en los ejemplares adultos. El águila harpía adulta tiene una hermosa banda negra en el pecho que no tiene el águila crestada. Pero cuidado, porque los ejemplares jóvenes de ambas especies lucen muy similares. Si el águila que está observando no posee la banda en el pecho, observe entonces cuidadosamente las bandas de su cola para ver si se trata de un ave joven o adulta. Ambas tienen colas visiblemente rayadas en tonos claros y oscuros de anchos similares en las primeras tres o cuatros barras oscuras, viéndole desde abajo. Si el ave que está observando tiene una cola de adulto como la que describimos, sin banda negra en el pecho, lo que tiene en frente es un águila crestada.

Si en cambio, se trata de un ave joven, su cola ostentará numerosas bandas oscuras más estrechas que las claras. Resulta imprescindible observar con mucho cuidado. Los ejemplares jóvenes de ambas especies son muy difíciles de diferenciar. Conservan su plumaje juvenil por unos cuatro años. También se dice que existe una sutil diferencia en cuanto al número de plumas en la cresta de cada especie. El águila harpía tiene una cresta con dos puntas, mientras que el águila crestada tiene una sola punta en su cresta. Pero la correcta diferenciación de esta característica podría verse afectada por el viento, o por la época de muda, etc., y no es realmente muy fiable. Personalmente he visto como la cresta de una águila crestada cambia constantemente de una a dos puntas y viceversa, minuto a minuto, en dependencia de la posición de su cabeza y del viento. Las características más fiables son el largo de la cola, que en el caso de la crestada es más larga; las proporciones del pico con respecto a la cabeza, que en el caso de la harpía son más similares a las del águila calva mientras que en el caso de la crestada son más como las del águila dorada; y la máscara facial que en el caso de la crestada forma una banda negra que envuelve los ojos y el pico, mientras que la harpía tiene un área más clara entre los ojos y el pico.

 

El águila azor encopetada

Esta otra especie también puede ser confundida con las anteriores. Sus ejemplares jóvenes suelen ser menores y más delgados que los de las otras dos, pero igual se trata de una variación demasiado sutil para el ojo no entrenado. El plumaje también es muy similar entre las tres especies. Tal vez el rasgo distintivo más evidente se observe en los flancos más llamativamente listados del águila azor encopetada, que en el caso de las harpías y crestadas jóvenes es más sutil. Por otra parte el águila azor encopetada joven muy pronto suele mostrar una tonalidad beige arenosa en la corona o nuca, un color que no tienen en absoluto las harpías ni las crestadas.

 

El águila poma

Las águilas harpía y crestada no son las únicas grandes crestadas en Ecuador. Los cielos de los bosques nublados en las estribaciones andinas son patrullados por el águila poma que es más pequeña que la harpía pero casi del tamaño de la crestada y más grande que el resto de las águilas que habitan en Ecuador. Se alimenta de aves grandes como los guans; de ardillas y de mamíferos grandes que habitan en los árboles.

Personalmente las he podido observar a altitudes de 1 400 metros y ocasionalmente se han reportado avistamientos a los 3 500 metros. Con regularidad se les observa cerca de Baeza y San Isidro en las laderas orientales, y en Mindo, en las occidentales. Entre todas las grandes águilas de Ecuador, posiblemente esta sea la más visible, pues planea con frecuencia y a menudo se le ve cruzando valles en vuelos directos muy evidentes. Los adultos pueden ser reconocidos de inmediato por sus amplias y rectas alas, su plumaje oscuro, y una mancha más clara en la base de las alas. Sus ejemplares jóvenes son muy similares a los del águila azor encopetada, sólo que esta última tiene evidentes alas y flancos listados y una estructura corporal diferente.

 

El cóndor andino

Todas estas águilas, incluyendo a la harpía son superadas en cuanto a tamaño por el ave de presa más grande del mundo; el ave nacional del Ecuador: el cóndor andino. Tiene un ancho de alas que puede alcanzar los 10 pies de envergadura, y puede llegar a pesar hasta 25 libras, lo cual lo pone entre las aves voladoras más grandes del mundo. Los adultos son negros con paneles blancos en la superficie superior de las alas, un mullido collar blanco y una cabeza rosácea. Los jóvenes son totalmente cafés. En Ecuador viven en montañas remotas, por encima de la línea arbórea. (Al sur de Perú extienden sus rangos de altura hasta las orillas del océano.) Por lo general anida en acantilados rocosos y puede agruparse con otros ejemplares de su especie en las paredes verticales de ciertos acantilados. Se alimentan de carroña. Frente a un cadáver, los cóndores son la especie dominante; otros carroñeros como los caracaras les dan todo el espacio que quieran. Incluso entre ellos mismos existe un orden dominante establecido.

Aunque los biólogos tienden a desechar esta idea, las poblaciones andinas quichuas creen que sí matan animales jóvenes. Algunos dicen que espantan a los animales en las crestas y laderas empinadas de manera que les provocan caídas que los matan. Una vez estaba en una estrecha cresta del Tungurahua cuando seis cóndores en apretada formación pasaron volando a unos 20 ó 30 pies del suelo, moviéndose muy rápidamente a lo largo de la cresta. ¿Qué hacían estos cóndores volando tan cerca del suelo? ¿Buscaban la oportunidad de espantar algún animal? Tal vez sólo se dirigían hacia el acantilado donde vivían. No lo sé, pero no pretendo deslegitimar las leyendas nativas.

Cualquiera que fuese el motivo de su vuelo, la visión de un cóndor volando es totalmente impresionante. Pero lamentablemente es una visión que cada vez se torna más rara en el Ecuador en estos días, si se le compara con algunos lustros atrás cuando era posible verlos hasta por sobre Quito. Es difícil llegar a saber cuántos cóndores realmente existen, porque viajan largas distancias, pero algunos cálculos estiman que deben existir unas 70 parejas. La mayor concentración de estas aves es posible encontrarla en los páramos del Antisana, un volcán nevado extinto al noreste del Ecuador. También en El Altar es posible avistarlos con frecuencia, lo mismo que en la Reserva Ecológica del Pasochoa, cercana a Quito. El Parque Nacional Cotopaxi es también un buen lugar donde buscar cóndores debido a la presencia de caballos salvajes en el parque, cuyas eventuales muertes ofrecen festines a estas aves.

Pero el lugar más conveniente para verles es el Paso de Papallacta, al este de Quito, donde existen algunos nidos. Hace algún tiempo encontraron un nido justo sobre el área donde un proyecto de construcción iba a dinamitar para construir un túnel a través de la montaña. Gracias a la publicidad que se le dio al hecho, el proyecto fue realizado de manera cuidadosa y (para mi sorpresa) el joven pichón emplumó exitosamente. En este sector, además del cóndor, es posible ver  a otras especies de aves del Antisana volando por encima del camino principal a lo largo del paso que conecta a Quito con las selvas orientales.

Los cóndores han sido siempre perseguidos por los hombres. En los siglos anteriores los atrapaban, construyendo cercas alrededor de los cadáveres de animales. Las aves volaban hasta el interior de las mismas, se alimentaban opíparamente y luego no podían volar pues no tenían suficiente espacio para “tomar viada” antes de volar. Estas trampas las usaban cuando se acercaban algunas fiestas populares en las que ataban a los cóndores a las espaldas de toros, como símbolo de la sumisión indígena ante los conquistadores españoles. Si el cóndor escapaba, era un buen presagio.

Actualmente algunos pastores y rancheros los matan, y hasta gente ordinaria, que no tiene ganado alguno que proteger, les dispararía si se les ponen a tiro. Cuando esos 6 cóndores pasaron volando por encima de mí, un hombre mayor que iba con nosotros, residente de Tungurahua, levantó entre sus manos una escopeta imaginaria y les “disparó”. Otros habitantes locales me contaron de los tiempos en que mataban cóndores. Siempre les preguntaba por qué les disparaban y usualmente la respuesta era un encogimiento de hombros.

Existen programas educativos en desarrollo en Ecuador que tal vez tomen algún tiempo para ser efectivos. Mientras tanto, cada día se vuelve más difícil encontrar grandes aves de presa en los cielos del país. Lo mismo que los papagayos, guacamayos, cracinos, y las aves acuáticas, las aves raptoras grandes, como grupo, enfrentan un futuro triste en las tierras tropicales de América Latina. Cualquier momento es bueno para apoyar los esfuerzos conservacionistas encaminados a proteger las grandes reservas (+ de 10 000 acres) donde habitan estas magníficas aves.

 

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